Textos translúcidos
Diatriba breve sobre la aburridísima distopía cyberpunk en la que vivimos.
Saru Ruiz
11/24/20246 min read


I
¿Y qué tiene de interesante este mundo que están creando?
¿Qué tiene de bello?
¿Qué tiene de magnífico?
¿Qué vale la pena ver en su sociedad del consumo?
El dinero lo puede todo, de eso tratan de convencernos y, con muchos, con casi todos, lo han logrado.
Excepto que eso no es cierto, porque todos sabemos que se trata de una trampa, de una estafa que han creado y les hemos dejado crear porque no sabemos cómo escapar de ella y, desde un principio, no tuvimos idea cómo hacerlo.
Al inicio los vimos con simpatía, los compadecimos. Nos inventamos la narrativa del pobre millonario solitario. Del malvado amo del mundo que, al final de cada día, se iba a la cama solo y triste, vacío por dentro, y miserable de espíritu.
Después, algunos los vimos por lo que son: hoyos negros, espirales infinitas que todo lo absorben y siempre quieren más. No quieren parte de la riqueza. La quieren toda. Creen que les pertenece y ven al resto de la humanidad como intrusos en SU mundo, como ladrones de SUS posesiones o, en el mejor de los casos, como arrendatarios de SUS vidas, sus cuerpos y sus mentes.
Poco a poco somos más y la desgracia es que ya es demasiado tarde. El daño está hecho y lo único que podemos hacer es unirnos en una masa informe, posthumana, incapaz de recuperar lo que se ha perdido y demasiado ignorante como para construir algo nuevo a partir de los escombros que quedan.
Era inevitable, supongo. Algunos disienten. Otros están de acuerdo, pero lo cierto es que no importa porque, aunque pudiésemos haberlo evitado, no lo hicimos y por eso estamos aquí, ahora.
II
Lo que me sorprende ya no es que haya sucedido tanta desgracia, que la hayamos permitido mientras observábamos, unos con indiferencia, otros arrebatados de horror y algunos más, babeando entre dientes, en una mueca distorsionada, como una sonrisa húmeda de morbo.
Quizás estoy siendo injusto. Podría ser que ni la indiferencia ni el horror, incluso tampoco el morbo fuera, realmente, eso. Existe la posibilidad de que lo que sentíamos en común, era impotencia.
Porque esa es una de las grandes fallas del sistema de raciocinio humano: nuestra curiosidad nos lleva a poner en marcha series de sucesos que, por lo general, se salen de nuestro control y, en la gran mayoría de los casos, terminan en desastre.
Pero esto, que ha derivado en la hecatombe, no es una serie de sucesos aislada, sino millones de series, tantas como vidas humanas, entrelazadas, reforzándose unas a otras como se hace con los cableados de acero.
Eso es una distopía: una obra de todas las personas que componen una sociedad. Por supuesto, cada quien lleva su porcentaje de culpa, no tiene el mismo peso la decisión que toma el dueño de una empresa al despedir a miles de empleados o un gobernante que permite destruir cientos de hectáreas de una selva para cualquier fin que haya comprometido, que el antojo que tiene alguna oficinista de comerse una golosina en empaque de plástico.
La diferencia es casi inconmensurable.
La “responsabilidad personal” es un concepto válido únicamente si tomamos en consideración el contexto y el impacto de las decisiones que tomamos. Pero ¿qué se yo?
III
Sé muy poco, eso es claro, pero algo que sí puedo asegurar es que, por alguna razón, hemos elegido la versión más aburrida de la distopía cyberpunk con la que tanta gente ha soñado, incluidos los tecnócratas y los capitalistas.
Claro, para los verdaderos tecnócratas y capitalistas, esto es, los dueños del capital y de las tecnologías, la realidad es una utopía en la que pueden hacer lo que les venga en gana, incluso ordenar que sus ingenieros y programadores desarrollen software para plagiar libremente el trabajo de las personas creativas.
Sin olvidarnos de la genialidad de etiquetar estos algoritmos como algo que no son y nunca van a ser: Inteligencia artificial, el pináculo de la tecnología humana. El santo grial de la programación. El arma más temible de los seres humanos para destruirse a sí mismos.
Excepto, por supuesto, que los algoritmos generativos son tan inteligentes como honestos son los ejecutivos que los venden.
¿Dónde están los trajes de vuelo? ¿Las patinetas flotantes? ¿Dónde quedaron los autos voladores y los implantes? ¿Qué pasó con el código abierto? ¡Vamos! ¿Qué chingados le pasó a la internet libre?
Porque quiero pensar que aún hay quienes recuerdan los movimientos sociales que se organizaron a través de redes sociales en varios países del mundo, hace unos cuantos años, cuando las redes eran realmente eso, y no mercados virtuales que nos acompañan a todos lados.
¿Se acuerdan de que la vivienda es un derecho humano? Porque yo sí. Hablando de cosas de las que ya nadie habla.
¿Recuerdan la carta universal de los derechos humanos? Era un documento que establecía lo mínimo a lo que todas las personas humanas tenían derecho en el mundo, incluidas cosas vanales como la nacionalidad, pero otras importantes como el derecho a un techo, a vestir y no pasar hambre.
¿Qué habrá pasado con eso?
IV
¡Pero eso son temas de ancianos! Y yo no soy un anciano…
No realmente, pero para la sociedad actual, bien podría estar muerto y, créanme, nunca he sido más feliz.
El hecho de ya no ser el mercado objetivo de, al menos, la mitad de las marcas y los estafadores, me ha quitado muchísima presión de encima, porque esto es lo maravilloso de llegar a los cuarenta:
A nadie le importas ya.
Necesitas, al menos, una de tres características para que la sociedad te mire:
Juventud, dinero y fama.
Si eres joven, pero eres pobre e incógnito, entonces te pueden vender hasta ahogarte en deuda.
Si tienes dinero, aunque hayas envejecido y nadie de conozca, siempre habrá productos para ti.
Si todo mundo te conoce, no importa que pases de los treinta ni que vivas en la miseria. La gente querrá saber todo sobre ti y eso te hace un buen producto.
En cambio, si has llegado a los cuarenta, vives de un salario modesto y sólo te conocen tus compañeros de trabajo, muérete, por favor. Deja a los demás vivir en lugar de estar desperdiciando el espacio y el oxígeno que van a necesitar los niños que ocuparán tu silla en unos años.
Y supongo que hay quienes desearían morirse todos los días. Eso sería gracioso si no fuera tan triste.
Por eso, les propongo dejar que el mundo nos olvide, que se acaben las presiones por tener éxito, por exudar atractivo sexual, ¡por ser sujetos de crédito! Al demonio con las expectativas y al carajo con el deber ser.
V
Dinero por tu tiempo.
Tiempo por tu dinero.
Ese es el juego.
No estoy hablando de juegos de video, aunque son un ejemplo muy claro de esta estafa que llamamos sociedad moderna.
Pero no, me refiero a la transacción que realizamos día con día: Si tardas tres horas en llegar de tu casa a tu lugar de trabajo en transporte público, pagarás poco dinero. Si, en cambio, deseas reducir ese tiempo, tendrás que pagar un precio monetario mucho más alto.
En la primera opción también te quedará menos energía para realizar tu trabajo, pues viajar en transporte público es agotador y desgastante.
En la segunda opción tendrás más energía y tiempo disponible, pero tal vez gastes más de lo que puedes solventar y tengas que sacrificar el almuerzo o la comida.
Es un juego de suma negativa.
Y eso es lo injusto.
¿Qué pasó con ganar un salario suficiente para vivir?
¿Qué fue del derecho a vivir sin preocupaciones?
¿Por qué nos olvidamos de la necesidad humana de descansar y disfrutar un rato de esparcimiento?
¿Cuándo fue que la trampa del dinero nos llevó a tal degradación de la dignidad humana?
Si íbamos a vivir una distopía cyberpunk, gobernados por sistemas automatizados de vigilancia, por algoritmos que nos dictan qué música escuchar, qué películas ver, qué personas son buenas o malas, sin que nosotros tengamos que pensar un solo instante…
Si íbamos a vivir una distopía cyberpunk, porque eso es lo que estamos viviendo, al menos hubiéramos hecho del mundo un lugar interesante para vivir en la miseria.
Pero no, en lugar de implantes cibernéticos y de autos voladores, y robots que cobran conciencia, tenemos a estúpidos que se roban nuestro trabajo con una sonrisa y nos insultan si nos atrevemos a reclamar.
[SUSPIRO]
Al menos, los trajes de vuelo se están volviendo una realidad… En Dubái.
Yo renuncio.